Secuestros del Corazón
Por: Luis David Tobón López
El: Aprendí en este tiempo que llevo cautivoque sólo las sombras, las hojas y los terrenos difíciles, me acuerdan de ti. Ya son 8 años, y creo que pueden ser más. Cada día es un aliento mezclado con la desesperanza de no poder tocarte.
Ella: Aprendí que en este tiempo que no estás oigo tus palabras y siento tus caricias, cada día, desde que te llevaron de mis brazos, sólo espero que la situación política mejore y pueda otra vez mirarte y sentir ese aroma que sólo tú puedes impregnar.
El: Sólo escucho la vaguedad de una selva que no se
parece a lo que conocía, hace ocho años mi vida cambió y mis brazos permanecen encadenados, ya se acostumbraron; y parece que cada noche cuando busco el sueño en lugares inexistentes, esas cadenas hacen parte de lo que antes eran almohadas o cobijas.
Ella: Me cansé de ver noticieros, de escuchar discursos,
y de las peleas que todos los días salen en la escena de los medios. Ya entiendo que no les interesas, que no les interesamos, por eso he decidido escribirte esta carta de amor.
El: Ayer tuve una mordedura de serpiente, me acordé de
esos instantes ínfimos, en que tus besos me sabían a locura, cuando nos conocimos en aquel bus. Tú ibas para la universidad yo para mi trabajo y las miradas se cruzaron. Ya estoy
bien, pensar en ti me sirvió y ni todo el veneno me matará, porque mi ilusión es verte, abrazarte y sentir otra vez la tibieza de tu piel.
Ella: Hoy estuve recordando el día que me subí a aquel bus.
Tú estabas de traje muy elegante, ibas para el trabajo de ese tiempo, yo en cambio, vest
ía unos jeans que olvidaron tonos azules y el blanco parecía ser protagonista en sus gastadas telas. Llevaba un libro, varios cuadernos y era mi se
gundo día de clases en la universidad.
El: Aquí veo niños, niños que me apuntan con grandes fusiles y que sus ojos ya murieron. Parece que no son de este mundo y no tienen brillo, ni esperanza… Esos ojos. Son tristes, apagados, adultos desenfrenados que ya no saben lo que quieren. Sin embargo en sus edades, transitan los 13 ó 17 años.
Ella: No me imagino mi querido amor quienes son los que te retienen, pienso en rostros asesinos, botas y pantano, hombres fuertes y sin piedad que se parecen más a la ficción de aquellos monstruos que nos daban miedo cuando pequeños, que a seres humanos.
El: Muchos otros como yo están en el cautiverio. La mayoría de ojos se clavan en el piso, sin embargo, trato que los míos estén en la copa de los árboles buscando siempre tu luz, el día en el que nos podamos encontrar otra vez, para repetirte todos los segundos que te amo, te amo tanto y no nos despedimos desde aquel día que la carretera me llevó por rumbos de soledad.
Ella: Ya ni siquiera te dejo mensajes en la radio. Ahora me dedico a recordar todos tus gestos. Te escribo diariamente palabras como estas, y me saboreo el amor que nunca partió. Una escala muy grande han hecho nuestros cuerpos, sin embargo, nos embriagamos en el sentimiento, porque en estos ocho años sólo tú has estado en mi pensamiento.
El: Es triste mi amada ver como me pesan los años. Me duele el cuerpo y estoy desgastado. No entiendo muy bien por qué otros seres humanos coartan la libertad. Algo escuché sobre una marcha, aquí se rieron mucho de eso y cuando escuché en la radio sobre algunos carteles que decían: “tengo 3.200 familiares secuestrados”, sólo pensé en la palabra ingenuidad. Somos muchos más, muchos más y comenzamos con los niños que me vigilan, ellos también son familia, ellos también pudieron ser esperanza y ahora la selva se los devora en una mezcla de odios sin razones. Te amo, pero en medio del rencor que me rodea, creo que tendremos que esperar para poder sentirnos.
Ella: Todos los días, rezo por ti. No creía en Dios, y lo tuve que descubrir, no creía en la iglesia y ahora voy tres veces por semana a confesar mi odio contra aquellos que te tienen cautivo. El padre me impone rosarios y yo repito y repito palabras, para ver si al final de las letanías encuentro tu nombre.
El: Amo todo de ti. Sé que me estás esperando. Mañana siempre es mañana y todos los días espero esa palabra aunque sé que durante ocho años siempre ha sido “hoy”. Recuerdo tus labios carnosos, los besos que perdían nociones de tiempo y calendarios, la mirada que me llenaba siempre que estaba vacío. Ahora huelo la inmensidad de una selva que sólo veía en los documentales y la encuentro difícil, salvaje, pero también hermosa. La selva no tiene la culpa, los niños de los fusiles tampoco la tienen, no entiendo por qué estoy aquí, no sé qué es derecha ni qué es izquierda, sólo sé que un día me tuve que bajar del bus intermunicipal y sigo aquí, no sé hasta cuando, no sé hasta donde, pero sólo tú me das esperanzas para “esperar”.
Ella: No me canso de escribirte, llevo ya… unas… no te diré que 2.920 páginas, pero las suficientes para darme cuenta que en 365 días que se han repetido durante ocho años, sólo me acerco a la esperanza cuando te escribo.
El: No sé si me leas, no sé si pierda el tiempo en estas páginas que al menos puedo escribir, porque uno de los niños del fusil me consiguió varios cuadernos. Pero siempre tengo la esperanza de verte. Cuando te escribo te siento cerca, cuando te escribo tengo la certeza de volver a verte.
¡Cuidado!, nos cogieron, dispáreles, dispáreles, recuerde la orden, nosotros somos los gatos y ellos son los ratones, déle a esos de la tropa.
Los ojos de un niño lo miraron, el fusil lo asesinó y las cartas quedaron perdidas en el monte.
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