Por: Luis David Tobón López
En el espejo veo las sombras de tu nombre. Ya no estás y sin embargo las arrugas se mezclan con los consejos y me dictan caminos. Los ojos tibios que alguna vez me miraron sin reproches y entendieron el vacío de mis días, fueron la única compañía. Hoy, con las voces repetidas en un pensamiento gastado de tantos recuerdos, sólo puedo ver tu retrato en mi rostro. Ya he recorrido tantas soledades que me siento acompañado. Por ejemplo, los barrotes de mi ventana que me describen como prisionero de los amores, me muestran la inspiración. Sólo te amé… Todavía mis palabras saben a gris, con las tenues nubes que hoy llueven dolor.
El sol se me ha olvidado, este encierro apacible me condena en la memoria, y tú sigues caminando; siento tus abrazos, los besos y esas caricias que no podré apartar del recóndito lugar de las esperanzas. Ya fui a la cocina, el mismo mate, el mismo tinto, la misma aromática y unos cuantos tranquilizantes. De repente caigo en brazos de un sueño ajeno y quedo en el eterno desvelo de tu ausencia.
Tus manos eran calientes. Yo siempre tenía hielo en la mirada y en el corazón. No aproveché tus mieles y mucho menos las palabras repetidas que me decían amor, a las cuales siempre respondí Indiferencia. Hoy veo pocos caminos. Las puertas se cierran cada vez que intento tocarlas. Los bombillos en la noche agonizan los ritmos de mis pasos. El refugio solo era escribirte y por eso te escribo.
Fueron los años los que me hicieron volver a ti. Pero no vale mucho el esfuerzo cuando no estás. Tu muerte sólo ha sido vacío y tu vida fue dolor. No sé en qué momento dejaste de existir ni cuándo naciste, pero creo que fue cuando quebré el espejo. Dicen que son siete años de mala suerte y yo cuadruplico el número, porque siempre todo me sale cuatro veces “más mal” de lo normal.
Salgo a la calle y no alcanzo a ser sombra. Invisible, sin voces que me pregunten, salvo cuando me ofrecen algún producto, y el silencio retorna cuando llego a estas paredes que me han visto buscar por fin la anhelada muerte. Respiro con dificultad. Cuando camino, pareciera que mi corazón hace el último esfuerzo para poner a circular un poco de vida en un alma que hace rato está en la tumba.
El silencio siempre me ha acompañado. Y tú, sólo tú me mantienes vivo. Sin embargo de tanto buscarte me he cansado y por eso decidí detenerme. Alguien lee esta carta, alguien, no se quien, pero cuando me llamen si me llaman, ya no estaré escribiendo. Otra vez la soledad me ahoga con su compañía y yo sólo quiero tenerte.
Ayer cuando por fin me hablaron pude preguntarle a ese alguien por ti. Sombra que se mostró extrañada e hizo comentarios que eran burlas. Los pensamientos me abaten, el recuerdo es muy fuerte y mis movimientos tienen el color de la demencia.
Nunca estuviste mi amada, ni siquiera en el espejo, tanto te esperé y cuando viviste sólo tuviste un nombre; Ilusión. Ahora estoy frente al espejo, me miro, y al mismo tiempo muero, para fundirme de una vez con los recuerdos que no existieron.
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