Para muchos los problemas evolucionan con el mismo ser humano, las responsabilidades son una inmensa bola de nieve que crece aplastando las libertades que tanto se disfrutan, es ahí donde muchos anhelan el enorme privilegio de ser un niño. Del otro lado de la moneda, madurar permite liberarse de las cadenas que imponen las reglas familiares, es como si al crecer se rompiera una especie de tratado firmado con el nacimiento, un convenio que empieza a perder validez cuando la adolescencia y las hormonas atacan y la rebeldía busca imponer sus jerarquías.
Queremos ser niños cuando los problemas nos ahogan y queremos ser grandes cuando nos limitan nuestras libertades.
Por Carolina Pino y Pablo Vélez
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