9 de septiembre de 2010

Más allá de la ficción

Los seres humanos somos expertos en abrir y cerrar etapas de la vida, somos una especie de serie de televisión alargada, donde cada temporada trae consigo infinidad de cambios y pequeñas revoluciones; del jardín de niños a la esperada jubilación hay infinidad de personajes y tramas que hacen de nuestras vidas un culebrón digno de ser vendido a las sobreactuadas cadenas de telenovelas, cuyo reparto es una mezcolanza de acentos y nacionalidades fundidas en una falsa entonación mexicana difícil de sacar de la mente. Esa es la vida, una historia incierta escrita por un libretista llamado Destino, apodado por muchos como Dios y nombrado por otros suerte.

Para muchos los problemas evolucionan con el mismo ser humano, las responsabilidades son una inmensa bola de nieve que crece aplastando las libertades que tanto se disfrutan, es ahí donde muchos anhelan el enorme privilegio de ser un niño. Del otro lado de la moneda, madurar permite liberarse de las cadenas que imponen las reglas familiares, es como si al crecer se rompiera una especie de tratado firmado con el nacimiento, un convenio que empieza a perder validez cuando la adolescencia y las hormonas atacan y la rebeldía busca imponer sus jerarquías.

Queremos ser niños cuando los problemas nos ahogan y queremos ser grandes cuando nos limitan nuestras libertades.

Por Carolina Pino y Pablo Vélez


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