16 de septiembre de 2010

Una Noche en el Camino Viejo

La noche es el período entre el atardecer del sol y el amanecer del día siguiente. Es el escenario típico de escalofriantes historias de terror; es común que se le asocie con peligro y muerte, con miedo y desolación, con horribles bandidos escondidos en las sombras y animales peligrosos que se ocultan tras la oscuridad. Es para muchos la materialización de las pesadillas, el epicentro de lo desconocido. Pero no siempre la noche es maligna y peligrosa, no todas las voces que habitan la oscuridad son gritos de llanto y dolor. Tangos, porros, bambucos y pasodobles invaden cada noche un lugar cargado de nostalgia y de recuerdos, un lugar conocido como CAMINO VIEJO.

Un antiguo tocadiscos no para de dar vueltas girando al ritmo de un viejo tango, un bandoneón que parece que sabe el camino correcto para llegar al corazón, melodías llenas de dolor que no se quedan cortas con el título que algún bohemio compositor les dio, “Lágrimas de Sangre”. Esta taciturna canción nos dio la bienvenida a un lugar donde pareciera que el tiempo se hubiera detenido, donde el escándalo de la modernidad no alcanza a opacar las decenas de artilugios y fotografías que forman un conjunto perfecto, que recrean el rincón de los recuerdos, como lo llama con especial cariño don Iván Rodríguez, propietario de Camino Viejo hace más de 20 años, un enamorado de la música que según él, hace correr más rápido la sangre por las venas.

Don Iván es un melómano consagrado, un promedio de 2000 discos de vinilo hacen parte de su nutrida fonoteca. Pero de la enorme colección dos intérpretes sobresalen, los que el propietario considera artistas gigantes e irrepetibles, Carlos Gardel y Guillermo Buitrago, un porteño y un cienaguero protagonistas de muchas noches de tragos, noches que saben mucho mejor cuando se está sentado con los amigos brindando, riendo y llorando. El lugar es el mismo, lo tragos poco han cambiado y la música sigue intacta, pero los amigos se han ido yendo, muchos se fueron a ese viaje sin regreso que todos tenemos asegurado, la muerte. Don Hernán León y don Luís Montoya son clientes frecuentes de Camino Viejo, aunque más que clientes hacen parte de ese puñado de amigos que sin falta se reúnen a beber y charlar; con lágrimas en los ojos recuerdan sus años de juventud, guardan como un tesoro una fotografía tomada 1975, donde aparecen los protagonistas de este escrito, brindando y sonriendo.



Sentado solo en una mesa está don Carlos Mosquera, una copa de aguardiente y un vaso de agua son su única compañía en la fría noche del 14 de septiembre de 2010, es martes y como de costumbre en su día de descanso se dedica a tomarse unos tragos, sin contar cuantos y sin saber a ciencia cierta el porqué, solo sabe que merece estar ahí sentado, brindando por los amigos ausentes, por los corazones rotos, por las experiencias vividas; con la copa arriba asegura que la vida no dura nada, que solo queda lo bueno y que de lo malo la vejez se encarga de borrarlo, palabras sabias de hombre ebrio. Don Carlos es el administrador de Camino Viejo, pero ni en su día de descanso es capaz de alejarse del lugar de sus amores, hoy no está para servir tragos, hoy está para tomárselos.


Camino Viejo está decorado con decenas de billetes, dólares, libras, bolívares y pesos pegados en la pared son más que números impresos en papel, entre amigos la tradición manda que cada ocasión especial, alegre o dolorosa, es inmortalizada con un mensaje escrito en un billete, matrimonios, nacimientos, celebraciones y muertes han estado pegados en los viejos muros por décadas, es una galería de contradicciones que representa la vida misma. En un gesto de agradecimiento don Iván Rodríguez nos pide que pongamos el último billete en la pared, es un honor que supera las calificaciones y los promedios académicos, es una distinción que según él nos ganamos por interesarnos en “las cosas de los viejos”, pero como no interesarse por un lugar que respira tradición y costumbres, como no escuchar a hombres con cientos de historias por contar.


En la pared quedó el último billete, la prueba fehaciente de nuestra noche en el camino viejo, nuestra cuota de historia en un lugar que nos triplica los años de vida, una historia que como este escrito está por terminar. Camino Viejo será cerrado y derribado para dar paso probablemente a otro modesto edificio en la arquitectura caldeña, una panadería, carnicería, revueltería o un atiborrado almacén de variedades, da igual.

En la barra de Camino Viejo don Iván Rodríguez mira con nostalgia el lugar al que dedicó los últimos 20 años de su vida, Don Luís y don Hernán ojean con afecto los billetes de la pared que los vio envejecer. Don Carlos Mosquera ebrio y solo espera con ansiedad los próximos martes que le quedan para volverse a emborrachar, martes que parecen alejarse del Camino Viejo.

Por Carolina Pino Ramírez y Pablo Andrés Vélez Escobar

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